¿Cómo definir lo indefinible, lo que por su índole proteica y
cordialidad impregnadora escapa a todo esquema reductor? Su
posición estratégica, en la esquina más concurrida de la Plaza, le
convertía en el núcleo de los núcleos, en su verdadero corazón. El
ojo avizor abarcaba desde él todo su ámbito y atesoraba sus
secretos: las riñas, encuentros, saludos, trapazas, magreos de mano
furtiva o de quienes arriman la vara allí donde hallan un hueco,
correcorres, insultos, bordoneo itinerante de ciegos, rasgos de
caridad. Apretujones del gentío, inmediatez de los cuerpos, espacio
en perpetuo movimiento componían la trama renovada de un filme
sin fin. Almáciga de historias, semillero de anécdotas, centón de
moralidades con colofón en pinza eran dieta diaria de sus asiduos.
En él se reunían músicos gnaua, maestros de escuela, profesores de
instituto, bazaristas, jayanes arrechos, pequeños traficantes, pícaros
de gran corazón, vendedores de cigarrillos sueltos, periodistas,
fotógrafos, extranjeros atípicos, pobres de solemnidad. La llaneza
del trato los igualaba. En Matich se hablaba de todo y nada
escandalizaba. El trujamán regidor de la taifa poseía una sólida
cultura literaria y su atención intermitente a la clientela no
sorprendía sino a los novatos, enfrascado como estaba en la lectura
de una traducción árabe de Rimbaud.
...
Al claror de las lámparas de petróleo, he creído
advertir la presencia del autor de Gargantúa, de Juan Ruiz, Chaucer, Ibn
Zaid, Al Hariri, así como de numerosos goliardos y derviches. La imagen
zafia del bobo besuqueando su teléfono celular no afea ni abarata la
ejemplar nitidez de su egido. El fulgor e incandescencia del verbo
prolongan su milagroso reinado. Mas a veces su vulnerabilidad me
inquieta y el temor se agolpa en mis labios cifrado en una pregunta:
¿Hasta cuándo?
Juan Goytisolo